Acaba de fallecer en Stanford (EEUU) una de las figuras clave de la psicología científica, Albert Bandura, que deja tras de sí un enorme caudal de ideas y de innovaciones, que han contribuido de modo decisivo a configurar el saber y el hacer de los psicólogos contemporáneos.
Había nacido en Canadá, en 1925, en el seno de una familia que procedía de Ucrania. El mismo ha relatado cómo acabó llegando a la psicología, tras leer en la biblioteca de la Universidad un libro de psicología, mientras hacía tiempo para ir a sus clases de ciencias. Por esa historia y algunas más, se convenció de la enorme importancia del azar en la vida humana, y del peso de las situaciones en que los individuos en cada caso se encuentran.
Estudió en las universidades de la Columbia Británica, y en la de Iowa, en un tiempo donde el conductismo reinaba en la psicología americana. Su percepción reflexiva sobre la conducta humana le hizo advertir algunas limitaciones esenciales de aquella doctrina, en concreto la idea de que el aprendizaje requería acción directa del sujeto que pudiera ser reforzada o castigada. Pensó que innumerables adquisiciones de respuesta se hacían simplemente por observación e imitación de otros sujetos. Y en unos experimentos ya clásicos, mostró cómo los niños aprendían conductas vistas en personas mayores, que golpeaban o por el contrario respetaban la figura de un muñeco de goma, y luego ellos mismos, en su soledad, repetían según el modelo visto. Lo conocemos hoy en los manuales como “aprendizaje vicario”. Hubo quienes llegaron a conocer a Bandura como el ‘psicólogo del muñeco’, cosa que él aceptó con simpatía cordial. Como él reconocía, siempre había procurado ir en dirección contraria al paradigma reinante.
Muchas cosas le debemos los psicólogos actuales al maestro. Ideas básicas en el campo de la modificación de conducta, del aprendizaje social y el comportamiento agresivo – en estudios con Richard Walters –, y en contacto con H.J. Eysenck, se reafirmó en la eficacia de las terapias cognitivo- conductuales, y en la crítica a las terapias psicodinámicas. Elaboró una visión compleja de la intervención del yo en la conducta, con su teoría de la autoeficacia, así como de la importancia de implementar medios sociales que favorezcan la autorrealización personal, y con ello potencien la libertad y la dignidad de las personas. Sus ideas han servido de incitación a muchos desarrollos de la ciencia psicológica más actual.
Tuvo algunos importantes discípulos en España, y recibió el doctorado “honoris causa” por la Universidad de Salamanca. Recibió honores y premios del mundo entero.
A la hora de la despedida, recogemos aquí una muy interesante entrevista que concedió a un colega psicólogo argentino, el doctor Eduardo Bunge, de la Fundación Aiglé, y cuya lectura recomendamos. En esas páginas brilla la inteligencia, creatividad e independencia de una gran personalidad científica y humana.